May 18, 2024 Last Updated 12:25 PM, May 18, 2024

Escribe Federico Novo Foti

Carlos Marx, junto a Federico Engels, fundó el socialismo científico y el movimiento revolucionario de la clase obrera por su liberación. Su legado ha querido ser destruido y falsificado. Pero en el siglo XXI, las ideas de Marx aún representan una guía invaluable para la acción revolucionaria.

El 14 de marzo de 1883 falleció, en Londres, Carlos Marx. En los últimos años de su vida, se había ocupado en terminar El Capital, su monumental obra dedicada a analizar científica y críticamente el funcionamiento del capitalismo. Por entonces estaba parcialmente retirado de la vida política pública, pero seguía acompañando la experiencia del movimiento obrero europeo y americano, cuyos dirigentes frecuentaban su casa para solicitar ayuda y consejos.

La muerte de su esposa Jenny, sucedida a fines de 1881, había asestado un duro golpe a Marx, quien vería regresar viejos problemas de salud en sus últimos meses de vida. El 17 de marzo, Marx fue enterrado en el cementerio de Highgate, junto a la tumba de su esposa. En una ceremonia en la que participaron un puñado de familiares y dirigentes socialistas, Federico Engels pronunció el discurso de despedida. Ante los presentes Engels afirmó que había fallecido “el más grande pensador viviente” y que había muerto “ante todo y sobre todo, un revolucionario”.1

Vida y pensamiento revolucionarios

Carlos Marx nació en Tréveris (Alemania) en 1818, en el seno de una familia de clase media. Terminó sus estudios universitarios en 1841. Por entonces, se relacionó con los “Jóvenes Hegelianos”, un grupo que enfrentaba al gobierno del rey prusiano, pero en el terreno filosófico, intentando sacar conclusiones revolucionarias de la filosofía de Hegel. Fue nombrado redactor jefe de la Gaceta del Rin, un periódico de la burguesía liberal de Renania, que fue censurado por expresar, a instancias de Marx, posiciones democráticas. La persecución gubernamental obligó a Marx a emigrar a París en 1844. Allí empezó a trabajar conjuntamente con otro joven alemán “hegeliano de izquierda”, Federico Engels, quien se convertiría en su entrañable amigo y colaborador. Impactados por las luchas de los obreros franceses y habiendo entrado en contacto con grupos socialistas y de obreros alemanes exiliados, Marx y Engels pasaron de sus posiciones democrático burguesas iniciales al socialismo científico.2

Marx y Engels se sumaron a la Liga de los Comunistas. Escribieron su programa, el célebre Manifiesto Comunista, publicado en febrero de 1848, donde proclamaron la nueva concepción socialista científica. Denunciaron que, bajo el capitalismo, a pesar de la creciente producción de riquezas, los trabajadores tienden a caer “en la miseria y el pauperismo”.3 Anunciaron el papel revolucionario de la clase obrera en la creación de la nueva sociedad socialista por medio de la lucha de clases. Solo el socialismo podría salvar a la humanidad, “derrocando por la violencia a la burguesía” del poder político y económico. Para lograrlo, llamaban a los trabajadores a organizarse en forma independiente de la burguesía, no sólo en los sindicatos, sino también en su propio partido político de clase. El Manifiesto Comunista cerraba con el llamado: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, expresando que la lucha obrera por su liberación y el socialismo debía desarrollarse en cada país y en todo el mundo. En líneas generales, Marx sostuvo hasta el último de sus días la concepción plasmada en el Manifiesto Comunista.

Tras la derrota de las revoluciones de 1848, Marx y su esposa Jenny, debieron trasladarse a Londres. Allí Marx decidió realizar un estudio exhaustivo del capitalismo y su funcionamiento. En El Capital, expuso con precisión el antagonismo irreconciliable que existe entre patrones y trabajadores, así como la imposibilidad del capitalismo de garantizar progreso para el conjunto de la humanidad. Pese a su obsesiva dedicación al trabajo, Marx no logró terminar el plan completo de El Capital, porque siempre combinó sus actividades de investigación y elaboración teórica con la militancia y la lucha práctica, en contacto con los trabajadores que se sumaban al movimiento.

Las enseñanzas de Marx siguen vigentes

Desde sus orígenes, la lucha dela clase obrera estuvo atravesada por distintas corrientes y a menudo antagónicas, que convivían con el naciente socialismo científico de Marx y Engels. En la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional), fundada en Londres en 1864, Marx también polemizó fuertemente con los anarquistas.

Tras la muerte de Marx se fue consolidando la gran división entre reformistas y revolucionarios. Una división que, de una u otra manera, perdura hasta la actualidad. Por un lado una minoría consecuente con las ideas de Marx y la revolución socialista. Pero por el otro, bajo los rótulos de “marxismo”, “comunismo” o “socialismo” surgieron corrientes que conducen amplios sectores del movimiento obrero y popular, que han revisado los principios y la política socialista defendida por Marx. La característica común a todas ellas ha sido predicar como solución a los males del capitalismo la conciliación de clases: la unidad entre trabajadores y patrones. En su momento, estos planteos fueron levantados por la socialdemocracia primero y por el stalinismo después. En las últimas décadas, surgen nuevas revisiones: la lucha contra los patrones y sus gobiernos es reemplazada en estas corrientes por la falsa idea de construir el socialismo de la mano con las multinacionales capitalistas y las “economías mixtas”, sin expropiar a la burguesía. Asimismo, abandonan la tarea de construir partidos revolucionarios para la toma del poder y el socialismo mundial. Entre estos falsos socialistas se encuentran, en la actualidad, la dictadura capitalista del PC chino, el gobierno de Maduro en Venezuela o el de Ortega en Nicaragua. Su política es doblemente nociva porque, por un lado, bajo supuestas banderas socialistas predican falsas salidas que sólo llevan a nuevas frustraciones, y por otro, porque su fracaso es utilizado por la burguesía como “el fracaso del marxismo”, tal como sucedió desde 1989 con la caída de las dictaduras estalinistas en la URSS y Europa.

La realidad es que, en pleno siglo XXI, las luchas, rebeliones y revoluciones se multiplican porque el capitalismo, con su sistema de explotación y opresión, condena crecientemente a la miseria y pobreza a trabajadores y pueblos del mundo, tal como lo demostró y anticipó Marx a mediados de siglo XIX, cuyos trabajos vuelven a ser publicados y su figura vuelve a ser debatida.

Marx no acertó en todas sus predicciones, pero sentó las bases para una política socialista continuada por revolucionarios como Lenin, Trotsky o Moreno. Con esa guía, desde Izquierda Socialista y la UITCI nos damos a la tarea de forjar en cada lucha una nueva dirección, un partido revolucionario consecuente, que batalle ferozmente contra los patrones, sus partidos y sus gobiernos, como contra toda variante reformista en el movimiento obrero y popular, con el objetivo de conquistar gobiernos de trabajadores en la pelea por el triunfo del socialismo mundial.

1. Federico Engels. “Discurso ante la tumba de Marx” en Franz Mehring. “Carlos Marx. Historia de su vida.” Editorial Grijalbo, México, 1960.
2. Ver Nahuel Moreno. “Sobre el marxismo”. CEHuS, Buenos Aires, 2022.
3. Carlos Marx y Federico Engels. “Manifiesto Comunista”, El Socialista, Buenos Aires, julio 2008.

Escribe Adolfo Santos

Después de dieciocho años de proscripción, el 11 de marzo de 1973, el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), con Héctor Cámpora a la cabeza, ganaba la elección y el peronismo conquistaba el gobierno por tercera vez.  Se ponía fin a una decisión antidemocrática dispuesta desde el golpe gorila, clerical y proimperialista de 1955.

No fue una concesión graciosa, en el campo democrático, del gobierno de facto surgido del golpe militar de 1966. Acosada por conflictos e insurrecciones obreras, estudiantiles y populares, cuya mayor expresión fue el Cordobazo, la dictadura iniciada con Onganía y ahora encabezada por el general Alejandro Agustín Lanusse no tuvo más remedio que ceder y rehabilitar a los partidos políticos. Mediante lo que quedó conocido como Gran Acuerdo Nacional, (GAN) se iniciaron negociaciones con los principales líderes burgueses, fundamentalmente con Perón, desde su exilio en Madrid, y con Ricardo Balbín, de la UCR, acordando una convocatoria a elecciones para canalizar el ascenso.

Sería un acuerdo con limitaciones, destinado a descomprimir la situación de la lucha de clases. Se levantó la proscripción al peronismo, aunque con una maniobra legal se impidió la postulación de Perón (solo podían ser candidatos los residentes en el país hasta antes del 25 de agosto de 1972). Pero si el objetivo del GAN era devolver protagonismo al peronismo, para frenar las luchas que hacían tambalear el sistema vigente, la fórmula presidencial encabezada por Cámpora y el conservador Solano Lima no tenía la autoridad suficiente para controlar el proceso. Se necesitaba una dirección más fuerte, algo que solo se podía garantizar con la intervención directa del general Perón.

Las luchas no pararon

El triunfo electoral después de años de proscripción fue visto como una conquista de la movilización, y envalentonó a la clase trabajadora y sectores populares que se sentían con el derecho de exigir nuevas demandas. En la noche del mismo día 25 de mayo en que Cámpora asume al gobierno, miles de personas rodearon la cárcel de Devoto exigiendo la libertad de los presos políticos. No había paciencia para esperar la promulgación de una prometida “ley de amnistía”. En apenas unas horas centenas de presos, muchos de ellos dirigentes de organizaciones guerrilleras, fueron liberados de las cárceles de Devoto, Rawson, Caseros, La Plata, Tucumán y Córdoba.

Una gran ola de conflictos por reivindicaciones largamente postergadas, exigiendo la reincorporación de los despedidos durante la dictadura, y por cuestiones democráticas y económicas, se extendió como reguero de pólvora cuestionando el acuerdo burgués entre Perón, Balbín y Lanusse. Las huelgas con ocupaciones de fábrica, muchas veces con miembros de la patronal como rehenes, se convirtieron en moneda corriente. La zona norte del Gran Buenos Aires, donde se habían instalado centenas de fábricas, fue la vanguardia de este proceso. Las metalúrgicas Ema, Wobron, Del Carlo, Corni y Tensa, Editorial Abril, las ceramistas Lozadur y Cattáneo, los astilleros Astarsa, fideos Matarazzo, DPH y Panam, del plástico, entre otras, fueron protagonistas de la efervescencia obrera de ese momento y generaron una nueva vanguardia que le disputaba espacios a la burocracia sindical.

Perón asume el timón

El Pacto Social, un proyecto de conciliación de clases ideado por el ministro de Economía José Ber Gelbard –dirigente de la Confederación General Económica (CGE)- cuyo objetivo era el control de los salarios, no conseguía cumplir su cometido y era impotente para detener el ascenso. Aunque firmado por la CGT de José Rucci, las bases no lo reconocían y los burócratas sindicales empezaron a ser desbordados por un nuevo activismo que peleaba por más. El 13 de julio, apenas cuarenta y nueve días después de asumir, Cámpora fue obligado a renunciar para abrirle camino a Perón, el único dirigente burgués con autoridad para intentar frenar las luchas. Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados, un desconocido de las mayorías, pero del entorno de Isabel Perón y yerno de López Rega, asumió interinamente la presidencia.

Instalado en Argentina, Perón dirigió un mensaje al país para mostrar que había tomado las riendas. “Los peronistas tenemos que retomar la conducción de nuestro movimiento”, dijo, y volvió a embestir contra los “infiltrados” y los “enemigos embozados y encubiertos a los que había que combatir”. Un claro mensaje contra la izquierda que actuaba en los diversos movimientos sociales. Sin embargo, tanto las FAR como Montoneros trataban de justificarlo con la tesis de que Perón estaba cercado por las fuerzas de derecha proimperialistas comandadas por López Rega y la burocracia sindical, lo que le impediría “dialogar con su pueblo”. Negaban el objetivo con el que Perón volvía: disciplinar al movimiento obrero al servicio de un plan patronal.

El triunfo Perón-Perón

El 23 de septiembre se realizaron nuevas elecciones presidenciales. La fórmula Perón-Perón (con Isabel como vice) ganó ampliamente. El imperialismo, los grandes y medianos empresarios, sectores de la oligarquía, las fuerzas armadas, la burocracia sindical y la Iglesia cerraron filas detrás del general con la esperanza de que pusiera fin al “caos social”. El amplio triunfo obtenido con el apoyo de las masas pretendía ser utilizado para consolidar el proyecto de fondo: derrotar al movimiento obrero que venía en ascenso desde el Cordobazo. Perón murió el 1 de julio de 1974 sin conseguir ese objetivo. Además, frustró las ilusiones de los millones que creyeron que su jefe volvía para aplicar un proyecto de justicia social y liberación nacional. Por el contrario, el peronismo nunca volvió a repetir las concesiones otorgadas a partir de 1945.

La asunción de su esposa María Estela Martínez de Perón, y la aplicación de una serie de medidas reaccionarias y antidemocráticas, profundizaron la crisis. El nombramiento de Celestino Rodrigo, hombre de López Rega, como ministro de Economía para aplicar un violento ajuste aumentó el caos. El plan, conocido como “Rodrigazo”, proponía una devaluación superior al 100%, aumento de los servicios públicos, liberación de los precios y suba de las tasas de interés, a la vez que limitaba el aumento de los salarios a un 40% en medio de una inflación de 50%. Era el escenario perfecto para generar nuevos estallidos. Presionada, la burocracia sindical se vio obligada a decretar la primera huelga general contra un gobierno peronista. Ocurrió los días 7 y 8 de julio de 1975 con total acatamiento y grandes movilizaciones, desestabilizando completamente el frágil gobierno. Rodrigo fue obligado a renunciar, y López Rega huyó del país. Era el inicio del fin del gobierno peronista surgido del triunfo del 11 de marzo de 1973. Lejos de resolver los graves problemas sociales, con la complicidad de sectores de la burguesía, la iglesia y de la burocracia sindical, las medidas adoptadas por el gobierno de Isabelita generaron las condiciones para la instauración de la más sangrienta dictadura sufrida en nuestro país. Se cerraba, así, el largo y rico proceso de luchas abierto con el Cordobazo.

Escribe Adolfo Santos

El Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que era parte importante de la vanguardia que participaba de ese proceso, interviniendo en las luchas, era también la única corriente de izquierda que daba la pelea electoral con una política de independencia de clase. Como lo había hecho en las elecciones de marzo con Juan Carlos Coral-Nora Ciaponne, en septiembre también convocó al clasismo surgido de las luchas del Cordobazo para dar juntos esa batalla. Con la consigna “Contra Manrique, Balbín, Perón, la izquierda debe votar unida”, una vez más le propuso a las principales figuras de ese proceso, como Tosco, Salamanca y Jaime, dirigente del peronismo revolucionario, encabezar la fórmula utilizando la legalidad del PST.

Lamentablemente, una parte de esos sectores acabó votando a Perón y otra mantuvo una actitud sectaria y abstencionista llamando al voto en blanco. El PST presentó una fórmula encabezada por dos importantes dirigentes, el socialista Juan Carlos Coral, acompañado por uno de los más destacados referentes del clasismo cordobés, el compañero José Francisco Páez. Los casi 200.000 votos obtenidos por el partido, a pesar de las dificultades económicas y el vacío de la prensa burguesa, demostraron el acierto de esa participación. Esos miles de compañeros, muchos de ellos activistas y dirigentes clasistas, habían asumido la propuesta de dar continuidad a las luchas fabriles, barriales y estudiantiles contra la conciliación de clases y el Pacto Social en el terreno electoral.

El PST, liderado por Nahuel Moreno, cuyo centro era la construcción de una alternativa revolucionaria con la estrategia de movilizar a la clase trabajadora para la toma del poder, tuvo la capacidad de aprovechar las oportunidades que nos brindaba la estrecha legalidad burguesa conquistada con la lucha obrera, estudiantil y popular para disputar en el terreno de la burguesía el espacio que nos ofrecían las elecciones. Una táctica legada por el partido bolchevique de Lenin, que el morenismo supo aprovechar para dialogar con amplios sectores de masas y ofrecerles una alternativa de clase frente a las variantes patronales.

Escribe Federico Novo Foti

La batalla de Stalingrado (julio de 1942 a febrero de 1943) cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial y marcó el comienzo del fin del poderío de Hitler. La derrota del nazismo representó un enorme triunfo que abrió una etapa revolucionaria. Pero la traición del estalinismo evitó la extensión del socialismo a nivel mundial.
 
 El 2 de febrero de 1943 el mariscal del 6° Ejército alemán, Friederich Paulus, firmó la rendición en Stalingrado (hoy Volgogrado). La ciudad, ubicada entre los ríos Volga y Don en la gran estepa cerealera rusa de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), había quedado reducida a escombros. En el enfrentamiento habían muerto un millón y medio de soviéticos y otros 800.000 alemanes y sus aliados (italianos y rumanos). 90.000 soldados alemanes fueron tomados prisioneros. Decenas de miles de tanques, aviones y piezas de artillería fueron destruidos. Con la capitulación nazi, tras doscientos días de cruentos combates, finalizaba la mayor batalla de la Segunda Guerra Mundial y la más sangrienta de la historia.
 
Hitler invade la URSS
 El 30 de enero de 1933 Adolf Hitler asumió como Canciller de Alemania, comenzando a instalar el régimen nazi. Un régimen totalitario cuyo objetivo era aplastar al movimiento obrero, especialmente a la izquierda, utilizando métodos de guerra civil y de limpieza étnica contra judíos, gitanos y otros. Uno de los objetivos estratégicos del nazismo era acabar con la URSS, el gobierno obrero y campesino nacido de la Revolución de Octubre en 1917.

En paralelo, desde mediados de la década de 1920 un aparato burocrático se venía consolidando en el gobierno de la URSS. La burocracia conducida por José Stalin liquidó la democracia obrera y traicionó la lucha de los trabajadores y los pueblos de la URSS y el mundo, imponiendo la política del “socialismo en un solo país” y la “coexistencia pacífica” con el imperialismo. En agosto de 1939 Stalin firmó un escandaloso “pacto de no agresión” con Hitler, facilitando la invasión a Polonia y el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

León Trotsky, líder de la revolución rusa junto a Vladimir Lenin, exiliado y perseguido por la burocracia estalinista, denunciaba junto a un puñado de seguidores de la Cuarta Internacional que “el pacto germano-soviético es una capitulación de Stalin ante el imperialismo fascista” que no dudaría en avanzar sobre la propia URSS.1

Stalin confió en su pacto con Hitler y desoyó todas las advertencias (ver recuadro). El 22 de junio de 1941 comenzó la “Operación Barbarroja”. La invasión nazi a la URSS contó con un despliegue de tropas terrestres de dos millones de soldados, miles de blindados (tanques Panzer) y la aviación alemana (Luftwaffe). Para diciembre habían ocupado Lituania, Bielorrusia y Ucrania. La ciudad de Leningrado (hoy San Petersburgo) sufrió un terrorífico sitio. Los nazis llegaron también hasta los alrededores de Moscú.

Luego del desastre inicial, responsabilidad de Stalin y la burocracia, se logró poner de pie la heroica resistencia del pueblo soviético, comenzando la “Gran Guerra Patria”. Se recompuso el Ejército Rojo, poniéndo al frente los generales soviéticos más capacitados, Gueorgui Zukhov, Konstantin Rokossovski y Vasili Chuikov.

 En diciembre de 1941, descontento con el resultado de la primera ofensiva, estancada a las afueras de Leningrado y Moscú, Hitler tomó personalmente el control del alto mando alemán. A mediados de 1942 puso en marcha la “Operación Azul” para avanzar hacia la estepa cerealera y los pozos petrolíferos del Cáucaso. Sobre Stalingrado se lanzaron el 6º Ejército de Paulus, el 4º Panzer de Hermann Hoth, dos ejércitos rumanos y uno italiano. La Luftwaffe destruyó los barrios de la ciudad situados en la ribera oriental del Volga. La rendición parecía inminente. Pero no fue así. Las tropas de Chuikov pelearon obstinadamente en la ciudad en ruinas. En noviembre, con las primeras nevadas, los generales soviéticos lanzaron su contraofensiva: la “Operación Urano”. Desde el río Don, al oeste, Rokossovski pudo rodear a las tropas alemanas, sitiando al 6º Ejército. La pelea fue casa a casa, con refugios en sótanos y cloacas, y la constante amenaza de los francotiradores.2 Para enero de 1943 la resistencia alemana se estaba derrumbando. A finales de mes comenzaron a aparecer banderas blancas en las trincheras alemanas, sin autorización de sus superiores. El 31 de enero se rindió Paulus, firmando la capitulación días más tarde.
 
Se abre una nueva etapa revolucionaria

La victoria soviética en Stalingrado cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial. La noticia devolvió a los pueblos ocupados la esperanza de que se podía derrotar a los nazis. La resistencia se fortaleció en todas partes. Fue el comienzo del fin del nazismo. Aun así se necesitaron dos años más de enormes esfuerzos bélicos, de acciones crecientes de la resistencia y sacrificio de los pueblos para alcanzar el triunfo definitivo sobre el nazismo. Pero desde Stalingrado, el arrollador avance del Ejército Rojo no paró hasta que finalmente liberó Berlín en mayo de 1945.

El fundador de nuestra corriente Nahuel Moreno afirmó que “la derrota de Hitler fue el más colosal triunfo revolucionario de toda la historia de la humanidad”.3 Terminó con la contrarrevolución capitalista nazi-fascista e inició una nueva etapa revolucionaria mundial en la que los trabajadores y pueblos del mundo obtuvieron grandes triunfos. Desde entonces se produjeron numerosas revoluciones triunfantes, logrando la independencia de muchas colonias e incluso la expropiación de la burguesía en Europa del Este y otros países como Yugoslavia, China, Cuba o Vietnam. Moreno señaló también la contradicción de que el propio Stalin y la burocracia estalinista fueron quienes, ante el movimiento obrero y popular, capitalizaron ese triunfo.4 Pero Stalin traicionó la lucha por el socialismo utilizando su autoridad para preservar los privilegios burocráticos, celebrando los acuerdos de Yalta y Postdam (febrero y julio de 1945) con las potencias imperialistas para estabilizar el dominio capitalista mundial y encorsetar las revoluciones de posguerra.

 La batalla de Stalingrado dejó una doble enseñanza para la actualidad. En primer lugar, que los pueblos del mundo pueden lograr triunfos, aún con dirigentes burocráticos y traidores, como fue el caso del heroico pueblo soviético bajo Stalin. En segundo lugar, que la tarea más difícil y necesaria sigue siendo la de construir una nueva dirección revolucionaria capaz de terminar definitivamente con la contrarrevolución imperialista en cualquiera de sus variantes y con el dominio capitalista imperialista mundial. A esa tarea nos abocamos diariamente las y los militantes de Izquierda Socialista y la UIT-CI.


1. León Trotsky. “Stalin, el comisario de Hitler” (2/9/39) y “La alianza germano-soviética” (4/9/39) en Escritos, tomo XI, vol. 1. Pluma, Bogotá, 1979.
2. Ver la película “Enemigo al acecho” (2001) de Jean Jacques Annaud.
3. Nahuel Moreno. Revoluciones del Siglo XX, CEHuS, Buenos Aires, 2021. En nahuelmoreno.org
4. Nahuel Moreno. Actualización del Programa de Transición. Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2014. En nahuelmoreno.org

Pese a que desde comienzos de la década de 1930 sonaban los tambores de guerra en Europa con el ascenso del fascismo y el nazismo, Stalin y su burocracia decapitaron desde 1937 al alto mando del Ejército Rojo como parte de su política de barrer cualquier vestigio de oposición. El Ejército Rojo quedó desmembrado por años sin su histórica conducción. Una vez iniciada la guerra, Stalin rechazó sistemáticamente los informes de sus espías que, desde Japón y Alemania, venían informando sobre los preparativos de la invasión nazi a la URSS.1 Pero tras el triunfo en la batalla de Stalingrado y la derrota definitiva en 1944 del nazismo, Stalin se autoadjudicó la “gloria” y fue nombrado “mariscal”. Los auténticos protagonistas del triunfo, los generales al mando, la tropa y la heroica población soviética, pasaron a segundo plano. Se reescribió la historia para presentar los desastres de 1939 a 1941 como parte de un “plan genial de Stalin” para aplastar al nazismo. Pero lo cierto es que la conducción contrarrevolucionaria y burocrática de Stalin, que depositó su confianza en el escandaloso pacto con Hitler, provocaría enormes sufrimientos a la población y costaría la vida de millones de soviéticos.

1. Leopold Trepper. El gran juego. Editorial Ariel, Madrid, 1977. Memorias del jefe del espionaje soviético en la alemania nazi.

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